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Taxonomía verde de la UE: qué es o no es una inversión verde

Desde que en 2019 la Unión Europea anunció su Pacto Verde (The European Green Deal), la mirada de la Comisión va girando hacia la sostenibilidad ambiental y la descarbonización bajo el paraguas de la transición ecológica. 

Nace así un nuevo paradigma que afecta especialmente a lo económico y que pone mucha atención en la lucha contra el cambio climático y la transformación del modelo energético basada en las energías limpias. 

El último capítulo de este Green Deal es la aprobación de la taxonomía para inversiones sostenibles, y parece que la baraja se rompe.

Europe Green Deal

Avances hacia la transición ecológica de cara a 2030

Aun con sus matices e intereses cruzados entre los países miembros de la Unión, parecía haber un consenso bastante sólido sobre la necesidad de avanzar en esta transición ecológica, al menos en sus trazos gruesos. 

Gracias al protocolo de Kyoto de 1997,  la UE se comprometió a reducir sus emisiones en un 20% para 2020. Y lo ha conseguido. Siguiente parada, 2030. Lo que en un principio iba a ser una reducción de emisiones del 40%, se convirtió el pasado año en una meta que debe alcanzar el 55%, teniendo la neutralidad climática en el horizonte 2050.

Son objetivos que obligan a replantearse tanto el sistema energético, entre otros elementos, como el sistema financiero que respalda y estimula. El objetivo es desviar cada vez más inversiones, tanto públicas como privadas, hacia sectores que aceleren la descarbonización y, no menos importante, que ofrezcan garantías y seguridad a los inversores que deseen apostar por la sostenibilidad verde en Europa, creando además nuevos nichos de actividad innovadores y punteros a nivel mundial.

Lo que sí y lo que no: el origen de la taxonomía verde

Pero si el objetivo está claro, no lo estaba tanto el cómo o dónde conviene avanzar. Por eso, la UE detectó hace ya tiempo que necesitaba una herramienta para definir qué es y qué no es una inversión verde, o dicho de otro modo dónde se podrá poner dinero para que dicha inversión sea considerada verde. 

De esta necesidad nace la llamada taxonomía verde, una clasificación que incluye todos aquellos ámbitos de actividad susceptibles de recibir inversiones públicas y privadas que serán consideradas sostenibles. Esto es algo que los mercados financieros ya venían reclamando desde hace tiempo. 

Para los sectores de actividad es clave estar en esta lista, porque saben que tendrán mucho más fácil acceder a fondos e inversiones en las próximas décadas. 

Es el caso de las actividades muy directamente ligadas a la lucha contra el cambio climático, como por ejemplo las energías renovables o las tecnologías de mejora de la eficiencia energética, aunque en los seis campos de la taxonomía hay otras metas como la protección de los ecosistemas terrestres, la gestión el agua, la adaptación al calentamiento global, el control de la contaminación o la economía circular.

De lo técnico a lo geopolítico

Cuando el texto de la taxonomía transitaba ya por su recta final en la Comisión Europea (tras dos años de elaboración), entraron en juego los intereses nacionales de cada país miembro, entendiendo que cada uno de ellos tiene un mix energético diferente y avances a diferentes velocidades en la transición ecológica, al margen de intereses geopolíticos y fuertes inversiones ya comprometidas años atrás.

De esta tensión entre estados, como suele ser habitual en todos los pasos de la UE, surgieron importantes modificaciones sobre el documento final que el grupo de expertos había desarrollado. 

Por un lado, Francia ha pedido que se incluya en la taxonomía, es decir como sector verde, las inversiones en energía nuclear (este país es el más dependiente en Europa de este tipo de fuente energética, con un 13,3% de nuclear en su sistema energético y mucho más en el mix eléctrico), mientras que Alemania y algunos países del Este hicieron lo propio con el gas natural (estados con una alta dependencia de este combustible fósil).

planta energía de gas

Las voces que se han alzado en contra de esta decisión argumentan que el gas natural es un combustible fósil y que, aunque menos que el carbón o el petróleo, emite C02. 

Respecto a la energía nuclear, si bien es cierto que no emite C02, sus detractores apuntan al problema de los residuos que genera y a la falta de soluciones viables a su gestión, dado que su vida útil se cuenta por cientos de años, además del riesgo que conllevan este tipo de instalaciones (tras el accidente de la central japonesa de Fukushima, son varios países los que han renunciado a esta energía, por ejemplo Alemania). Las voces más críticas con la inclusión del gas y la nuclear han sido, entre otras, las de España, Austria o Dinamarca.

Otros, por el contrario, consideran que estas dos fuentes energéticas pueden hacer el papel de “energías de transición” hasta que las renovables cubran una amplia mayoría de la demanda de electricidad, indicando además que de este modo se podrá hacer una transición más ordenada y segura. 

Además, no hay que olvidar que el gas natural no solo se usa para generar electricidad, sino que también se consume para calentar los hogares como opción mayoritaria. 

energía nuclear en taxonomia verde

Las energías renovables, sí pueden

La cuestión, tal y como apuntan tanto los expertos como los datos, es que las energías renovables, especialmente la eólica y la solar fotovoltaica, ya han cogido velocidad de crucero (y rentabilidad) porque cada año ocupan más espacio en la tarta de la generación de electricidad. 

No nos olvidemos tampoco del hidrógeno, cuya aparición a medio plazo impactará no solo en la generación de electricidad, sino también en el transporte como sustitutivo del petróleo.

En este sentido, es conveniente recordar que la meta de la UE era que el 20% de su energía fuera cubierta por fuentes renovables en 2020. Y lo cumplió, alcanzando el 22,1%, aunque no todos los países avanzan por igual. Precisamente, Francia es el único país que no alcanzó el objetivo quedándose en el 19,1%. Por cierto, España llegó al 21,2% de renovables en la cobertura de la demanda de energía.

Con todo, parece que el panorama no satisface a todos por igual. Aunque existe unanimidad en la necesidad de tener una taxonomía para la sostenibilidad, hay un debate abierto sobre qué ha de incluirse en esta “lista verde”. 

De momento, la Comisión Europea ha cerrado el documento incluyendo gas natural y nuclear. Ahora, el texto pasará al Consejo y al Parlamento Europeo, donde seguramente sufra nuevas modificaciones.

¿Qué te parece este sistema de clasificación en materia energética?, ¿ayudará realmente esta nueva taxonomía a la reducción de gases de efecto invernadero? ¡Cuéntanoslo en los comentarios!

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