“Solo confunde el necio valor y precio” es una frase atribuida a Quevedo, el poeta del Siglo de Oro, no confundir con el cantante de trap. Y es que en este mundo del capital nos hemos acostumbrado a que todo tenga, de alguna manera, una medida económica con la que compararse.
Comparan los países su poder económico en base al producto interior bruto (PIB), un indicador que representa el valor monetario de los bienes, productos y servicios que producen. Pero ¿Podemos cuantificar cuánto valen los bienes primarios indispensables para vivir? Sabemos que tienen un precio pero … ¿cuánto valen?
Pongamos el ejemplo de un árbol. Podemos valorar directamente el precio de la madera o el de sus frutos. Podemos, haciendo un poco más de esfuerzo, valorar su capacidad de absorción de CO₂ y de emisión de oxígeno. Pero en esta ecuación también podríamos valorar aspectos sobre su influencia en el ecosistema al que pertenece, su valor paisajístico o el valor de echarse una siesta bajo su copa una calurosa tarde de verano.
Para dar respuesta a todas estas preguntas nace el concepto de capital natural. Te animo a que sigas leyendo este artículo si quieres saber un poco más de este concepto cada vez más popular.
Capital natural ¿Qué es y cómo nace este concepto?
El International Institute for Sustainable Development comparte el siguiente símil: “Como una cuenta de ahorros, el Capital Natural puede pagar intereses o liquidarse. Si se tala un árbol para obtener leña, el capital se ha gastado. Sin embargo, si el árbol se conserva, puede aportar un valor (quizá mucho mayor) a través de los servicios ecosistémicos que proporciona: sombra, filtración de aire, secuestro de carbono y control de la erosión.”
Diferenciamos así el capital natural: el agua, el aire, el suelo y todos los seres vivos; y los servicios ecosistémicos que proporciona de forma directa o indirecta como los alimentos, los materiales de construcción y las medicinas, por ejemplo. También son servicios ecosistémicos la regulación del clima, los miles de millones de toneladas de carbono que almacenan las turberas o la polinización de los cultivos por los insectos. E incluso otros términos más abstractos como el valor cultural o paisajístico de un entorno natural.
Imagen de Schroders para Foro Económico Mundial
El economista alemán Ernst Fried Schumacher fue el primero en utilizar el término capital natural en su obra Lo pequeño es hermoso (Small is Beautiful, 1973), insistiendo en la necesidad de crear una economía que no estuviese al margen de la naturaleza.
El término se popularizó en la Earth Summit 2012 celebrada en Rio de Janeiro donde se formó la Declaración del Capital Natural que nació como un compromiso de bancos, inversores y aseguradoras para transformar sus modelos de negocio y mostrar la relevancia del capital natural para el sector financiero. De este modo manifestaron que estas cifras desempeñan un papel clave en las mediciones de la oferta monetaria y la inflación en la economía moderna.
Capital natural y contabilidad de los ecosistemas.
El modelo económico actual, ya lo hemos discutido en anteriores artículos, está basado en una visión errónea en la que los recursos naturales son ilimitados. A medida que la población mundial crece y, por tanto, la demanda de recursos de todo tipo aumenta, surge la necesidad de preservar y restaurar los ecosistemas.
Bajo la premisa de que el medio ambiente es importante para la sociedad y la economía, se reconoce como un activo que es necesario gestionar. Y de aquí deriva la contabilidad del capital natural (NCE), un término paraguas que busca una forma sistemática de medir e informar. En la actualidad existen varios métodos para la medición de los ecosistemas, el Sistema de Contabilidad Económica Medioambiental (System of Environmental Economic Acounting, SEEA) es una norma internacional para la contabilidad medioambiental-económica impulsada por la Organización de las Naciones Unidas.
Esta metodología de la ONU tiene en cuenta que los recursos naturales funcionan en combinación dentro de un sistema más amplio y en un espacio concreto. El SEEA organiza los datos biofísicos, mide los servicios de los ecosistemas, realiza un seguimiento de los cambios en los activos de los ecosistemas y vincula esta información a la actividad económica y a otras actividades humanas. Comprende:
- Extensión de los ecosistemas, por ejemplo, bosques, humedales, zonas agrícolas, zonas marinas dentro de un país en términos de superficie.
- Estado de los ecosistemas: funcionamiento del ecosistema y potencial para suministrar servicios ecosistémicos.
- Servicios de los ecosistemas: suministro de servicios de los ecosistemas, sus usuarios y beneficiarios.
- Activos monetarios: valor monetario de las existencias iniciales y finales de todos los activos de los ecosistemas dentro de un área de contabilidad de los ecosistemas.
- Temáticas: la tierra, el agua, el carbono y la biodiversidad.
Imagen de la ONU sobre la visión territorial del SEEA EA
Un ejemplo para aterrizar estas cuestiones es el de la UE, cada vez más exigente con las prácticas empresariales responsables con el medio ambiente. La contabilidad del capital natural puede servir para la elaboración de informes sobre los resultados de las empresas, para calcular su dependencia o su impacto sobre los recursos naturales, asignándoles un valor monetario.
Cada vez más compañías integran estos conceptos no solo por una cuestión de imagen sino porque son relevantes de cara a sus inversores. El sector financiero tiene en cuenta cada vez más las variables del capital natural, conscientes de la escasez de recursos y de las implicaciones de los desastres naturales: mayores riesgos de seguros, mayores costes de capital y pérdida de oportunidades de inversión.
Explotar los recursos naturales sin tener en cuenta sus ciclos de regeneración y sus límites físicos provoca fatales consecuencias. No solo para los propios ecosistemas y su biodiversidad sino para los seres humanos que los habitamos. Habitamos la Tierra gracias a los bienes y a los servicios intangibles de los entornos naturales y en sus interconexiones se basa nuestra propia supervivencia. Conocer las variaciones que se suceden en los ecosistemas y frenar su sobreexplotación es ya un eje fundamental de su preservación.